El Guaire: la vena abierta de Caracas

Durante doce sábados seguidos, una veintena de curiosos atraídos por la idea de percibir la realidad más allá de la que traza la ventanilla del vehículo, se propusieron andar por las orillas de Guaire a lo largo de buena parte de los 72 kilómetros, desde donde nace en la juntura del San Pedro y Macarao hasta Petare.

Tomados cuando menos como excéntricos, la cofradía de poetas, artistas, arquitectos, activistas vecinales, cineastas, dibujantes y periodistas, fue convocada por Elisa Silva, de Enlace Arquitectura, y Cheo Carvajal, de Ciudad Laboratorio.

A lo largo de la experiencia, fue citada con recurrencia la audacia de Alexander von Humboldt, quien imantado por los rumores sobre un río tibio y transparente que atravesaba el valle de Caracas, allá en el nuevo continente, vino a constatar qué árboles y qué flores lo flanqueaban y cuáles aves o abejas sobrevolaban el edén que se le revelaba.

Todo empezó con el presidente de los tiquismiquis por París. Cuando la ecología no hacía su aparición y cuando intuir la conveniencia del amor por la naturaleza era tímida ocurrencia que solo podía pasar por las románticas cabezas de viajeros y aventureros. Antonio Guzmán Blanco tomó la decisión de que el río se convirtiera en cloaca. Tras llenar la ciudad de alcantarillas, como broche de oro de su proyecto, convino el mandatario que las aguas servidas fueran a dar al Guaire. Que se tiñera de color indeseado su recorrido. Que se inundara el ambiente con sus vahos malolientes. En vez de acueductos, el agua que ya no se iba a beber —de hecho el Guaire había sido el principal proveedor de agua de Caracas— se la dejaría correr. Catastrófico. Hasta entonces sería un río limpio.

Fotografía de Yuli Teran | @yullteranenfoco

En el siglo XXI, el Guaire llegará a su nivel más álgido de toxicidad. Por los contenidos de contaminación, su salubridad estará entonces más comprometida que nunca, aun cuando algunas garzas, sí, sigan atreviéndose a entrar en él con sus patas de araña. Entonces el teniente coronel del por ahora pretenderá mandar a parar. El afán de poner remedio a tal despropósito tiene como punto de partida aquella encantadora oferta que hace en 2005 a su par Daniel Ortega, entonces de visita en Caracas. Frente a las cámaras, le asegura que en seis meses se podrán bañar juntos en el río, sancocho incluido, cuando sus jugos volverán a ser claritos.

Al poco se iniciaron, pues, los amagos. En 2006, según publica la prensa de entonces, se destinan 772 mil millones de bolívares para la recuperación del río caraqueño, gran titular, y en 2007 Jacqueline Faría, a cargo de su purificación, asegura que “a pesar de que la limpieza de un río como el Guaire podría tardar hasta 15 años”, se arriesga a vaticinar que el proceso revolucionario “lo entregará saneado en 2014”.

Ni entonces, ni después se alcanzará la meta anunciada. Cabe también aquí el caviloso veredicto: no se cumplieron los objetivos. No hubo baño de mandamases. Tampoco Ortega reclamó la promesa incumplida. Lo que sí ocurrió fue que se sacaron cuentas y los números se pintaron de rojo: se supo que hasta julio de 2016 el Banco Interamericano de Desarrollo había desembolsado 83,6 millones de dólares para sanear el río, a la vez que, según la Comisión Permanente de Administración y Servicios de la Asamblea Nacional, presidida por el diputado Stalin González, junto con la Comisión de Ambiente y Recursos Naturales, de ese total se había hecho uso de 77 millones de dólares. Vale decir, casi todo el presupuesto, en un proyecto cuya ejecución había alcanzado apenas un 26 por ciento.

Fotografía de Yuli Teran | @yullteranenfoco

Ningún avance pudo exhibirse desde 2010 cuando el Ministerio del Poder Popular para el Ambiente hizo el anuncio de que había ejecutado el declarado 24 por ciento que, según informes oficiales, tuvo dos fases: entre 2005 y 2007 cuando se ha trabajado duramente en sanear desde la comunidad de San Pedro hasta la quebrada Anauco, y entre los años 2007 y 2014, cuando el esfuerzo se habría concentrado en el trecho que abarca desde la quebrada Anauco hasta Petare.

Imbricado al devenir urbano de manera insoslayable, el Guaire sería repentinamente escenario primordial durante las protestas pacíficas de 2017. Huyendo de los gases lacrimógenos, el 19 de abril, no pocos jóvenes se refugiaron de las detonaciones en la hondura de su pestilencia. Alguien recordó en las redes sociales a los funcionarios el no haber limpiado aquel albañal pese al presupuesto milmillonario, a lo que Faría respondió: “Se invirtieron completicos en el proyecto… si no ¡pregunta a tu gente que se bañó sabroso!”.

Gobiernos y gobernantes equivocados serían los responsables de sus males, pero no los únicos que se encogerán de hombros frente a la realidad del río infectado. No ha sido muy amorosa la relación de los caraqueños con su Guaire. Aceptamos su compañía con resignada incomodidad o desdén. Acaso los respingos y desaires sean un forma de castigo para él —que se nos vuelve boomerang— por mal portado.

Fotografía de Yuli Teran | @yullteranenfoco

Al cabo de unas 49 inundaciones, según cuentas históricas, el afluente del Tuy habría perdido su idílica fama. Además de desbordarse tantas veces, no habría sido condescendiente con aquello que encontrará a su paso: lo arrasaría como ocurrió en 1981 en La California Sur. Crecido hasta rebosarse, irrumpió de sopetón en las casas de la urbanización y se cargó enseres, contaminó paredes, y volvió la cotidianidad porqueriza.

Las gentes afectadas durante aquella riada quedaron despojadas sin remedio. Pero como si nunca hubiera ocurrido nada a su vera, una veintena de años después, al llegar los de boinas rojas, no tuvieron prurito en mandar a construir tanto canchas deportivas como sedes de Barrio Adentro en sus riberas. Riesgo de borde que la ley estipula y prohíbe, no repararon en la sensatez (vaya rareza) de la ordenanza. Alerta imprescindible, parece que hemos permanecido paralizados frente al Guaire en medio de tanto por hacer. Entre tanto, el río ceniciento (y Cenicienta) es un eterno aplazado. Una ausencia en el imaginario.

Caudaloso por un lado, circunstancia que dependerá del ímpetu de las fuentes que lo surten y las sorpresas del camino, las lluvias y las intervenciones con que lo obsequiamos —embaulamientos, por ejemplo—, e impuro, por el otro. Condición fortuita cuyo cambio dependerá de las políticas públicas, que hasta ahora, está visto, han sido erráticas e ineficaces. Preferimos penarlo: río maluco, vamos a encerrarte. O a volver a ignorarte, aun cuando la historia de la ciudad haya estado vinculada a ti y a tu cuenca, desde los tiempos coloniales hasta el sol de hoy.

Fotografía de Yuli Teran | @yullteranenfoco

Lo más triste, sin embargo, es ver gentes desguarnecidas, hambrientas, temerarias, metidas hasta las rodillas y sin protección de guantes o botas en su cauce para pescar algo: una medallita de oro que se fue en el lavamanos de un apartamento próximo, la cadenita de alguien que la vio irse por las rendijas del sumidero mientras se duchaba, o tal vez anillos o broches de oro, plata o cobre que abandonaron los dedos, las muñecas o el cuello de sus dueños.

“No, no es poco lo que se cuela por los desagües, nosotros las recogemos mezcladas con las toneladas de porquería”, es el testimonio de un garimpeiro de ciudad, expuesto como los compañeros de audacia a posibles enfermedades gastrointestinales, dermatológicas, urinarias entre otras amenazas.

Pero el Guaire que fue limpio y tuvo garbo, ese de las lucecitas navideñas que fruncen ceños, sería río pionero en oferta energética. El ingeniero Ricardo Zuloaga fue quien diseñó el sistema de estaciones hidroeléctricas en su cauce a finales del siglo XIX. El 8 de agosto de 1897, “la Compañía Anónima Electricidad de Caracas, fundada dos años antes, instala la Estación el Encantado, al este de El Hatillo, al pie del Peñón de las Guacas, en la zona conocida como el Cañón del río Guaire, iniciando de esta manera la etapa de iluminación de la ciudad; Caracas pasa a ser unas de las pocas ciudades del mundo que para esa época contaba con fluido eléctrico continuo producido mediante el aprovechamiento de corriente de agua, y la primera en Latinoamérica en recibir electricidad producida a distancia”.

Dadores de vida, más que atravesar territorios suelen ser los ríos promotores de civilidad. Llámense Támesis, Nilo, Sena, Guadalquivir, Potomac, son metáforas del tiempo que corre y de la vida que sigue. No dejan de avanzar, es su sino el viaje, nunca parar. Llegar al otro afluente o al mar y disolverse en sal. Son actores que surcan creencias, literatura, cine, marco de leyendas románticas o teatro de hazañas históricas.

El Ganjes, por ejemplo, tiene una estampa inolvidable de despedida y espiritualidad: es crematorio flotante sobre el cual son despedidos los que parten consumidos en llamas. En un espectáculo que rebasa la ingeniería para convertirse en festejo de creatividad, cuando murió Winston Churchill el Támesis devino en centro del homenaje al victorioso caballero, dedicándole zalemas con los tantos puentes levadizos que lo atraviesan alzándose y agachándose, con elegante parsimonia.

Fotografía de Yuli Teran | @yullteranenfoco

Sobre el Magdalena y a bordo de un barco hecho de tinta realmaravillosa, y que no podía más que ir y venir por la imposibilidad de atracar en el puerto de la pandemia, se amaron en tiempos del cólera Fermina Daza y Florentino Ariza. Nuestro soberbio Orinoco ha sido objeto de sueños de Julio Verne e imán de expediciones desbordadas. Pero el Guaire no. El Guaire es río negado, río trauma, río grima, río drama.

Mientras en el mundo, a propósito de los recientemente conmemorados días de los ríos (14 de marzo) y día de las aguas (22 de marzo), y porque el clima cambia y hay que tomar medidas, los expertos proponen proteger las corrientes todas, porque no son de los países sino del planeta, y son fertilidad y vida, coincidiendo con las tesis ancestrales de los Arahuacs colombianos que los respetan con devoción y no permiten que nadie los desvíe o convierta en embalses. Aquí penamos por el agua que contiene La Mariposa y, aunque potencia hídrica, como no hay mantenimiento de los acueductos, padecemos sed.

Paños calientes mediante, los caraqueños intentan dar con pozos subterráneos y escarban aguas abajo en esa red de afluentes del Guaire —los arroyos y quebradas San Pedro, Caroata, Macarao, Agua Salada, Agua Salud, El Polvorín, Anauco, Catuche, El Cedro, Las Mayas, Guayabal, Bosúa, Caraballo, Gamboa, Cotiza, Quebrada Honda, San Lázaro, Chacaíto, El Ávila, Maripérez, Los García, Sebucán, Agua de Maíz, Caurimare, Sebucán, Tócome, Caurimare, El Valle, Baruta, La Guairita, La Virgen, Sartenejas, La Encantada, Manzanares, La Boyera, Paují, Suapire, La Lira, Arenosa, Pichao y Siquire— mientras el río persiste con sus posibilidades intactas: el Támesis fue recuperado y ahora hasta contiene peces.

El proyecto del arquitecto Manuel Delgado, que ganó el concurso a la mejor propuesta paisajística para ese codiciado espacio caraqueño que es el parque La Carlota, incluía el saneamiento del río. ¿Es acaso tarde? Urgente es lo que es.

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