Cuando el Río suena es porque trae más piedras

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Las aguas de este río arrastran más que los desechos de los caraqueños. En su cauce, otras piedras suenan como alertas, de lo que a nivel del suelo, ocurre día y noche en la ciudad que atraviesa.

Mientras el imaginario colectivo se proyecta en un futuro río cristalino y de disfrute para los ciudadanos, la corriente sigue turbia igual que los problemas que la rodean.


Ruta negra

El río Guaire, tan capitalino como El Ávila, pero de menos alabanzas, parte como una cicatriz las vías de la ciudad y lo convierte en un cercano y cómodo desahogadero de cadáveres anónimos. 

En lo que va del 2007, 16 cuerpos se han encontrado flotando en la corriente por la inercia y la rigidez de la muerte.

La mayoría fueron víctimas de homicidio por armas de fuego, que según el reporte de los Bomberos Metropolitanos de Caracas, son lanzados especialmente entre la zona que cubre el distribuidor de la Avenida Baralt, el Puente Baloa, El Encantado y el sector Pablo VI, cerca de El Llanito. 

Sólo en junio, siete cadáveres tuvieron como final la fétida corriente de El Guaire. Con y sin dolientes, identificados e indigentes, fueron por igual parte de las cifras que mensualmente suman dos o tres casos de víctimas fatales arrojadas al río. Y aunque el agua suele borrar los pecados, El Guaire los atasca entre la cantidad de desechos grandes y sólidos que hacen el mismo recorrido de los infortunados.

Entre el hedor, la fuerza de la corriente y los obstáculos, los grupos de rescate invierten horas de esfuerzo para poder devolver a la tierra aquellos cuerpos que fueron avistados por algún transeúnte ocasional, trabajadores informales cercanos al río o por los habitantes de las riberas, quienes por lo general, son los que conviven con esos hallazgos.


Los inquilinos

Ya no les asusta ni les sorprende. Ni los muertos que pueden encontrar, ni las ratas con las que comparten huecos, ni la intemperie y mucho menos la insalubridad. Esto es rutina en los habitantes de las riberas de El Guaire.

Omar vive al lado de uno de los colectores que está cerca de la autopista Francisco Fajardo, a la altura del puente Los Leones en El Paraíso.

Un colchón, dos sillas, un techo de latón oxidado, cajas multiformes, gaveras, latas y hasta afiches de mujeres en bikini hacen su casa. Esquivo y desconfiado murmura el nombre, quizá para salir del paso, y altivo repregunta ¿para qué?

Va de salida y protege su espacio con una sábana que hace de cortina encima de un cartón piedra. Con la agilidad de un animal de caza, cruza por las columnas de metal de un extremo a otro, con el río murmurando a por lo menos 20 metros bajo sus pies. 

Sin rastro alguno de vértigo, avanza, trepa, salta y llega a salvo al lado contrario de las vías rápidas.

Los vendedores ambulantes de las colas lo ven salir y entrar durante el día, colectando los tesoros que encuentran en la búsqueda diaria.

Guardan metales, piezas de automóviles, muebles, y hasta objetos personales, como relojes o cadenas, que hacen más valiosa la pesca del día, “una vez vi a un chamito, como de 12 años, que subió del río con una cadena de oro, que según él la cargaba un muerto que se quedó en los matorrales. Mientras llegaban los bomberos, los que bajaron a ver cuadraron lo que pudieron”, narra uno de los buhoneros que trabaja en las vías de Autopista Francisco Fajardo.


Escape acuático

“¿Qué más he visto? Lo que te puedas imaginar”, acota otro trabajador informal de las inmediaciones de la Autopista. Y así recuerda cómo vio en una oportunidad, entre Hornos de Cal y Plaza Venezuela, que un joven atracaba a una muchacha en su carro mientras estaba en la cola, y en segundos cruzó en zigzag los tres canales repletos de automóviles, brincó la defensa, bajó en rapel espontáneo los costados del río y desapareció. Pero aclara, “no quiere decir que los que roben sean ellos, o sea los que viven ahí”.

Ellos, son los niños, adultos, ancianos y familias enteras que conforman esta especie de comunidad fluvial que no cuentan en cifras estadísticas. Nada desperdician porque saben que lo que se bota en El Guaire es de nadie y a la vez de todos.

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