El Guaire, el Río que no quisimos

No es el más brumoso de los ríos, el Guaire. Tampoco el más célebre. Los españoles no construyeron sus ciudades cerca de grandes ríos en nuestro país. Quizás el clima no lo permitía del todo. En Venezuela, destaca Ciudad Bolívar, a orillas del Orinoco, con un lugar importante en nuestra historia desde su fundación. Los conquistadores y fundadores prefirieron las costas, como formas de entrada y salida hacia el mar. Durante décadas, luego de los viajes de Colón, importaba más un puerto de salida hacia España que un lugar de asentamiento mayor que garantizara permanencia en el tiempo. La búsqueda, era de oro, de riquezas fáciles que poder llevar a la península ibérica. Luego, con los años, llegaron las Colonias y su organización: Gobernaciones, Virreinatos, Imperios. Eran grandes extensiones territoriales, en donde poder comenzar una algo nuevo, apostando la vida. Había razones: tomar un barco te permitía salir de la pobreza del campo en la España de los siglos XVI y XVII. Llegar a América, era el sueño de los aventureros y atrevidos. Brindaba la oportunidad de dar inicio a algo. Uno de los que aspiró a este sueño (incumplido), fue Miguel de Cervantes. Nunca pudo tomar el barco. Nos perdimos esa historia. 

Venezuela, cum parte Australi Novae Andalausiae

El río Guaire nunca fue reconocido propiamente como río. Era la frontera al sur de la ciudad, y competía con quebradas con mayor prestigio al norte. Las aguas favoritas eran las de El Valle. Río pequeño, riachuelo de nuestra ciudad, apenas frontera. Muchas de estas características han permanecido hasta hoy. José de Oviedo y Baños hace mención del río, así como otras crónicas en tiempos de la Conquista y Colonia, pero su registro más exhaustivo lo encontramos en los relatos de viaje de destacados visitantes a la ciudad. El más importante es quizás Alejandro de Humboldt, quien nos cuenta de su viaje en 1799-1800: 

Es de sentirse que la ciudad de Caracas no ha sido fundada más al Este, debajo de la boca de Anauco, en el Guaire, ahí donde se ensancha el valle, del lado de Chacao, en una llanura tendida y como nivelada por la permanencia de las aguas. Cuando Diego de Losada fundó la ciudad, siguió sin duda las huellas del primer establecimiento hecho por Fajardo. Los españoles, en esa época, atraídos por la fama de las minas de oro de los Teques y Baruta, no eran todavía dueños del valle entero, y prefirieron quedarse junto al camino que conduce a la costa. 

Como vemos, las dudas con respecto a los lugares más idóneos de la ciudad estuvieron desde tiempos de la Capitanía General. Resultaba más cómodo estar cerca de la costa que del río. No pensamos a la ciudad del todo como asentamiento permanente, sino tierra de paso. A Caracas la salvó su privilegiado clima, que ha logrado superar el miedo a los terremotos, así como sus tierras propicias para el cultivo. A finales del siglo XVIII ya era una ciudad pequeña bien asentada, con un futuro quizás promisorio. Años después, veremos a la ciudad crecer y cambiar su centro, varias veces. Humboldt dice del río Guaire: hilo de agua que reflejaba una luz argentada. Francisco DePons, quien vino a Caracas entre 1801 y 1804,  nos dice: 

Goza de las aguas de cuatro riachuelos. El primero, llamado El Guaire, limita por la parte sur, sin penetrar en la ciudad. Aunque no suficientemente caudaloso para darle el nombre de río, lo es bastante para merecer uno más honroso que el de arroyo. 

Luego, menciona al Anauco, el Caraota y el Catuche y sus recorridos, destacando este último. Señala la torpeza de los habitantes de la ciudad, que han permitido que siga su curso natural y ya habla de cinco puentes tendidos por necesidad. Y cierra: 

Estos cuatro riachuelos, luego de haber servido para todos los usos domésticos de la ciudad, se reúnen en un solo lecho, atraviesan el valle de Chacao, que abunda en frutos, víveres y especies comerciales, y, finalmente, confunden sus aguas con las del Tuy, que desemboca en el Oceáno, a doce leguas de Cabo Codera. 

Seis años después, el testimonio de Robert Semple es más lapidario: 

La ciudad está asentada hacia el norte y su terreno corre en declive hacia el Guaire, pequeño río que la limita por el sur. A este río fluyen tres arroyos y en conjunto forman un solo cauce a través de todo el valle, aunque se le da el nombre de río, en Norte América no se le consideraría sino un arroyo, pues es vadeable en todas las cercanías de la ciudad, excepto después de aguaceros torrenciales, cuando su volumen aumenta y corre con gran velocidad. Pero decrece con la misma rapidez con que aumenta. 

Arroyo, apenas. Pero vemos ya el retrato de uno de los terrores contemporáneos de los habitantes de Caracas: el desborde de sus aguas. 

Otro testimonio, de 1823, nos brinda Pedro Ñúñez de Cáceres. La descripción que hace del Guaire tampoco lo enaltece:

Sus aguas por lo regular se ven turbias: pocas la beben, y ni aún se usa mucho para el lavado en razón de que amarillean la ropa. En este río se bañan todos, aunque es opinión general que produce dolores reumáticos, y encona las heridas y pústulas. Sus márgenes son feas y melancólicas, por más que se lean las descripciones de algunos escritores sobre el ameno Guaire y sus deliciosas orillas, silenciando que es un arroyo de agua revuelta y enconosa, que sus playas están peladas y cubiertas de estacas, y sus alrededores llenos de lodo y basura, de yerbas y espinas, de zapo y culebras peligrosas. De esta verdad se cerciorará todo el que se bañe al rigor del sol en aquel pedregalque en muchos lugares no tiene una cuarta de agua, y no goce de sosiego, por estar cuidando no le roben la ropa, como ha sucedido a no pocas personas, que han permanecido desnudas mientras les traían otros vestidos. 

Testimonios semejantes recorren el siglo XIX, hasta los primeros trabajos mayores de ingeniería que se desarrollarían en gobiernos de Antonio Guzmán Blanco. La ciudad comienza entonces a cambiar, luego de los embates de diferentes terremotos en el siglo XVIII y XIX, de la Guerra de Independencia, y la Guerra Federal, con sus cuotas de muertos, saqueos y exilio de muchos pobladores del valle hacia otros destinos en el país, en República Dominicana, Cuba, o la misma España. 

En Venezuela entre dos siglos. La arquitectura de 1870 a 1930, de Silvia Hernández de Lasala, veremos un registro detallado de los primeros grandes cambios en la Caracas republicana. Los primeros puentes destacados se levantaron sobre las quebradas de Catuche y Punceres, respetando la antigua retícula de la ciudad. Se buscarán crear arboladas en el curso de los ríos y resolver estructuras para salvar obstáculos diversos de índole geográfica. Lo más destacado, que llega hasta nuestros días, es Puente Hierro, propuesta del ingeniero Luciano Urdaneta, que buscó conectar a Caracas con el Valle y el sur del país. Con Guzmán Blanco, vino desarrollo y orden en el país (ferrocarriles, puentes, vías, puertos, tranvías, servicios, etc), pero no hubo un trabajo de aprovechamiento mayor ni del río Guaire, ni de las quebradas. Luego, vendría el crecimiento de Caracas hacia El Paraíso, escapando de los terremotos, tan propicios en las faldas del Ávila. Este cambio va a significar el crecimiento de la ciudad más allá del río como frontera: ya Caracas no será al norte del Guaire nada más, sino al sur y al sudoeste. 

Lesmann. Puente Hierro. En El Cojo Ilustrado, junio de 1892

Los planos de Caracas, desde el siglo XVI, reflejan la presencia del Guaire. Nos dice Federico Vegas, en la introducción del magno trabajo Caracas del valle al mar. Guía de arquitectura y paisaje en donde explora los vínculos entre lo geográfico y lo diseñado por el hombre en Caracas

La retícula tiene en el dibujo tanta importancia como los trazos del Guaire, las quebradas de Caroata, Catuche, Anauco y Caurimare, y las montañas al norte y al sur. De allí en adelante estos cursos de agua serán otra de las constantes en las crónicas, mientras, lentamente, van desapareciendo bajo la trama. 

Un río olvidado y temido

No ha sido firme el registro del Guaire en nuestra literatura. Con la entrada del siglo XX, aunque tiene presencia en poemas y textos varios, además de la crónicas mencionadas, es importante tener en cuenta que no hablamos del Sena, el Támesis, el Hudson o el Río de la Plata.

Muy pronto Arístides Rojas y otros autores comenzarían las Crónicas de Caracas: género predilecto caraqueño para registrar los cambios en la ciudad y, en especial, a partir de Guzmán Blanco y de las propuestas de otros ingenieros desde Gómez hasta Pérez Jiménez. Vale la pena destacar las figuras del mismo Rojas, así como de Enrique Bernardo Núñez, Alfredo Cortina, Caremis, hasta llegar a Marissa Vannini, Mariano Picón Salas (escribe tres textos sobre Caracas en tres tiempos), Uslar Pietri, Cabrujas y otros más. La crónica de ciudad ha dejado una marca esencial en la forma de acercarnos a la ciudad. Forma que la ficción ha rehuido un poco, o no ha desarrollado ampliamente en sus planteamientos. Caracas no ha sido narrada con detalle como otras ciudades, como Buenos Aires, Nueva York, París. Es a partir de esta premisa que vale la pena destacar el lugar de la crónica, desde tiempos de la Colonia hasta nuestros días. Ha sido el género más fiel de la ciudad, pero a la vez, el que mejor ha llevado el registro de las ceremonias de despedida de una ciudad que comenzó a cambiar muy rápidamente y a permanecer muy poco tiempo, incluso. Es en este cambio en que la ciudad andaluza que éramos, sumada a la francesa de Guzmán Blanco, comienza a desaparecer para dar espacio a la Caracas moderna. 

A pesar de que Caracas ha sido una ciudad ampliamente escrita, retratada, contada sobremanera a través del tiempo (muestras de esto podemos verlo en la compilación elaborada por Ana Teresa Torres, Fervor de Caracas, así como en el magnífico trabajo, ya en IV tomos, de Arturo Almandoz Marte, La ciudad en el imaginario urbano, no es el Guaire su accidente geográfico más destacado y tomado en cuenta. Todo lo contrario: el Guaire es la antítesis del Ávila, la gran montaña que corona y acompaña a la ciudad. Nada es más celebrado. Nada es más cantado. Nada se reconoce más como símbolo. El Guaire, por el contrario, ha sido ribera de personajes siniestros en la obra de Salvador Garmendia, así como presencia breve en la de Carlos Noguera y José Balza. Podemos pensar en menciones en la obra de Gisela Kozak y quizás, es el río que aparece en Nocturama, la novela de Ana Teresa Torres. Uno de los dos grupos poéticos destacados de los ochenta escogió su nombre a partir de nuestro malogrado río: Guaire. Buscaban resaltar lo abandonado, sucio, lo que recorría urbanamente la ciudad. En tiempos de Gómez, tenemos su mayor reconocimiento en la voz de Francisco Pimentel (Job Pim), y su Pequeña Elegía al Guaire(aquí algunos extractos):

¡Pobre Guaire decrépito, anciano lamentable!
Te miro e inmediatamente me pongo triste, 
Viendo que ya no hay nada que de tus glorias hable, 
Porque no eres siquiera sombra de lo que fuiste. 

Era tu linfa, antaño, límpida, rumorosa, 
Espejos de luceros en las noches oscuras; 
Hoy por tu cauce arrastras un agua cenagosa
En donde se atropellan malolientes basuras. 

Nunca medrar pudieron en tu remanso glauco
Esas raigambres pérfidas que escapan a la vista
Y que en el lecho turbio de tu colega Anauco
Son a menuda tumba del incauto bañista. 

Aún refieren veraces caballeros caducos
Cómo en remotas épocas, en ya olvidados días, 
Tu corriente cortaban oscilantes “cayucos”, 
Afiladas piraguas y burdas almadías. 

Hoy no surcan tus aguas sino irrisorios barcos
De papel…¡Pobre Guaire, ya no hay sangre en tus venas!

Eres un hilo escuálido, una serie de charcos,
Que atraviesan los chicos sin remangarse apenas. 

Varias décadas después, encontramos en Nocturama, de Torres, un planteamiento distópico que se percibe inspirado en Caracas. Pienso que el río del que habla es el Guaire. Hay presencias, elementos que reconocemos en el Guaire de mediados de la década 2000-2010 y todavía hasta hoy: 

—Voy a dar una vuelta. —Es la hora de los piqueros. —¿Quiénes son los piqueros? —A esta hora salen de los matorrales del río donde viven y suben a la avenida. No se lo recomiendo, señor, si es que usted es nuevo por aquí. Ulises, contaba Aspern, descendió por el lado sur de la calle y pasó varias esquinas sin encontrar a nadie. Por un momento amó la soledad que emergía de la acera. Hizo un esfuerzo por recordar dónde antes había sentido aquella soledad pero no podía extraer ninguna imagen de su memoria. Estaba seguro de haberla conocido, era improbable que fuese capaz de imaginar tanta felicidad. Siguió avanzando hasta que la calle se terminó. Cruzaba delante de él una autopista elevada sobre el río y era imposible continuar. Esperaba dubitativamente una solución cuando escuchó unos ronquidos que parecían de animales. Vio entonces un estrecho túnel subterráneo que atravesaba por debajo de la autopista y se encaminó hacia allí. El ruido provenía, efectivamente, de una jauría de perros salvajes que se disputaban los restos de un cadáver. Apuntó la pistola y disparó varias veces, logró herir a dos de ellos y los demás se espantaron en la oscuridad. Continuó guiándose por la luz del fuego que habían encendido entre los matorrales al otro lado del túnel. Era un grupo de unas diez personas, seis o siete adultos y varios niños. Cuando se aproximó a ellos, uno de los hombres sacó una punta afilada con la que picaba la carne que las mujeres calentaban sobre las piedras y lo amenazó: —¡No fotos! Ulises Zero gritó también: —¡No soy periodista! —¡No periodistas, no periodistas! —gritaron a su vez los niños y comenzaron a arrojarle piedras. 

Luego del embaulamiento del riachuelo y su conversión definitiva en letrina de la ciudad, a donde van a parar las oscuras aguas de nuestros residuos, que avanzan después hacia el río Tuy y, luego, al mar, el Guaire se convirtió en espacio del olvido. 

Quizás su quebrado destino ha sido ser un río magnificado y que alcanzó una importancia mayor al crecer la ciudad y poblarse del otro lado del río. Lo épico, en lo feo, también lo ha tocado. El Guaire es hoy (como quizás lo fue antes) el lugar para arrojar cadáveres (lo ha sido siempre los ríos de las ciudades, no hay originalidad en esto), pero también lugar en donde vivir silenciosamente, en sus riberas, o el monstruo que con las lluvias se desborda, o en donde buscar oro. 

El río Guaire, nuestro riachuelo, merece respeto y distinción con sentido de los límites: nuestra ciudad es pequeña, parroquial, rizomática,calidoscópica. 

El Guaire siempre ha estado cerca de Caracas, más allá de su condición geográfica. Siempre lo estará, incluso después de que, quizás, venga otro gran terremoto, o el desborde vengativo de sus quebradas, o la propia mano del hombre en su afán destructivo la quiera seguir haciendo desaparecer. 

Tenemos un riachuelo, sí, uno que no puede navegarse. Pero, aún así, puede limpiarse, ajustarse más a una vida cercana al ciudadano, al peatón, y no solo como perverso paisaje de aguas desde la autopista. 

Todavía estamos a tiempo de contar su historia. Que, recordemos, también es la nuestra.


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