El Guaire es del primero que llega

El 24 de abril de 1801 la familia Landaeta se preparó para ir a la playa del Guaire. Hora: 7: 30 pm. Coger las mochilas, los paños y emprender camino de Norte a Sur —siguiendo probablemente la calle de Torre a Gradillas— hasta llegar al río.  

Caracas estaba iluminada por la luna nueva, como queda constancia en la documentación. La señora María Isabel Landaeta y sus tres hijas, María Josefa, María Isabel y María del Carmen, se desvisten y apenas se quedan con sus fustanes blancos, se quitan el calzado y se zambullen en uno de los pozos. 

El Guaire a esa hora era concurrido y se prestaba a toda clase de conductas “injuriosas”. De tal manera que para resguardar la “virtud” y “decencia” de sus mujeres, Don José Antonio Landaeta, capitán de batallón de pardos, y su hijo Rafael, cabo primero del mismo destacamento militar, deciden buscar un pozo más arriba para no violentar el recato de las féminas. 

El detalle es clave: las mujeres debían bañarse a un lado; los hombres, en otro. La separación garantizaba respeto y honorabilidad, así como las buenas costumbres. El Cabildo solía legislar sobre estos asuntos para controlar la vida cotidiana de los espacios coloniales.


“Yo me puedo bañar donde se me de la gana”

De pronto, el momento relajante se convierte en un pandemonio. Los dos hombres de familia que se habían distanciado para “respetar” a las suyas, observan a un sujeto que se instala en la orilla y empieza a desvestirse. Se quitó la capa, el chaleco, su sable, hasta quedarse “en pecho de camisa”. Desconcertados, los Landaeta regresan a impedirlo.

En la oscurantina, don Landaeta le recuerda al extraño que habían mujeres en el balneario y que debía elegir otro. El tono fue subiendo. Los ánimos empiezan a caldearse. El recién llegado, gesticulando con más fuerza, soltó: “Yo me puedo bañar donde se me de la gana”.

Quien hablaba era José Leandro Palacios, subteniente del batallón de blancos de los Valles de Aragua. Lo más delicado: dos personas más lo acompañaban en el reclamo, que dicho sea de paso eran militares. Sus nombres: Juan de Francia, cadete del regimiento de guardia de balonas; y Domingo Paz del Castillo, cadete del batallón de milicias de Aragua, ambos de blancos de calidad.

En segundos, la trifulca se convierte en un ir y venir de golpes, insultos y sablazos. Tan grande la reyerta que se levantaría una causa judicial con la vigilancia del propio gobernador y capitán general de la Provincia de Caracas, Manuel de Guevara y Vasconcelos (1799-1807). 

Eduardo Schael. ¨Lavanderas en el Río Anauco (por la tarde).¨ En El Cojo Ilustrado, julio de 1985


El Guaire y los conflictos de “calidades”

En el ensayo La aristocracia del color: la desigualdad de castas, Zully Chacón examina las controversias sociales generadas por la estratificación racial en la Provincia de Caracas. Se detiene en la existencia de los mestizos o pardos, sector mayoritario de la población que, en términos de casta, era el resultado del cruce étnico entre los blancos y negros. 

El pleito del Guaire de 1801 revela el poder de esta clase social en la vida económica, política y cultural en Venezuela. El color de piel determinaba “calidad” y “honorabilidad”. En la voz del blanco se perfilaba un orden de linaje y subordinación, además legitimado por siglos de sociabilidad y explotación. Para bañarse en el río, valga el detalle, blancos y pardos debían estar separados, lo que suma otra división más a la de género.

En el pleito judicial se anexa los testimonios de las partes involucradas. Rescatemos lo que dice una testigo, Merced Cordero, “de calidad parda, de oficio costurera”, que estaba en aquella noche del 24 de abril. Cordero afirma que la señora Landaeta, así como sus tres hijas, estando en el agua y asustadas, les habían advertido a los tres caballeros que se fuesen del pozo, porque:

…“no era regular que estando desnudas estuviesen él y sus compañeros en aquel paraje, a lo que contestó que bien se podría bañar que él no tenía vista, a este tiempo acudieron José Antonio Landaeta y Rafael su hijo, y uno y otro les dijeron, y tanto si aquel caballero como a los otros que se hallaban inmediatos que les hicieran el favor de quitarse de aquel paraje porque no era bien visto que tuvieran allí estando mujeres desnudas, lo que contestaron que era un baño público, y después continuaron con razones de parte a parte…”.

Guinand. ¨A orillas del arroyo¨. En el Cojo Ilustrado, julio de 1985


El “atrevimiento de meterse” con blancos

El demandante y quizás el que inició el pleito del Guaire, el subteniente José Leandro Palacios, pide castigar a los pardos por atrevidos. Arguye que él no podía ver en la oscuridad a aquellas mujeres: yo solo vi “fuera del agua sus cabezas, por lo que no pudieron hacer juicio si eran mujeres o hombres”. 

Juan de Francia y Domingo Paz del Castillo, también participan en el pleito judicial y exponen su versión de la historia. 

Al preguntársele a Francia si sabía a “a ciencia cierta que éstas se estaban bañando en el paraje situado, se pusieron en el con el fin de verlas en traje de paños menores”. La respuesta: “Niega rotundamente”. Del Castillo aseguró que “no se iba a bañar” en el pozo donde se refrescaban las féminas, aunque “allí no percibí sino cabezas”. 

Existe un elemento que derramó el vaso. Francia refiere que Landaeta, furioso por la afrenta hacia su familia, desenvainó la espada de reglamento y le amanezó:

Dije que si “volviera a tener la insolencia de levantar la espada para algunos de sus compañeros lo contendría, que si no reparaba que eran unos hombres blancos y ellos unos mulatos, a lo que contestó que tan blanco como tan blanco, en lo que envainó su espada, y el declarante su sable, retirándose dichos pardos de aquel paraje a donde estaban… llegó una patrulla y les preguntó que era lo que le había pasado, y todos juntos le contestaron que aquellos pardos les habían pegado”.

¿Blanco con respecto a qué? Cuando se trata de defender el orgullo de la esposa e hijas, el color de piel se diluye entre las aguas y el vendaval pasional toma partido. A la final, él resolvió dar “…planazos a hombres como yo”. 


Sablazos por las “las nalgas”

Cuando Castillo arguye que “el Guaire era de todos”, Landaeta respondió agarrando el sable con firmeza: “El Guaire es del primero que llega”. La contundencia del argumento fue el preámbulo de la serie de planazos que dio el pardo a los tres oficiales blancos hasta por “las nalgas”. 

¿Cuál era el castigo que exigían los milicianos blancos por el arrebato y la “falta de respeto” de unos “mulatos” por querer “igualarse” a unos de su clase? Se pide cien azotes, cárcel y “que se le clave la mano”. Se lee también: “Este es el modo de conservar la subordinación: éste es la voluntad del Rey”.

El alegato de los Landaeta es el siguiente: 

“¿No es esta una circunstancia mas que agravante del justo celo dolor necesario cuando no digamos de calor forzoso que debió causarnos esa imprudente oposición, o ese poco discreto empeño de jóvenes a sostenerse en la pecaminosa resolución, firme e indecente animosidad de ver, mirar, registrar, actuarse, reconocer, palpar y observar los cuerpos de nuestras mujeres?

Que el inevitable impulso con la que la misma naturaleza inspira y enseña indistintamente a los hombres y brutos [se refieren a los animales] la defensa de los derechos… tales como la conservación de la vida, la procreación de los hijos, el resguardo del insulto que ha de hacerse a estos, igualmente que a la esposa, al hermano…”

El 22 de enero de 1802 se dicta pena de presidio: a don José Antonio Landaeta se le condena por cuatro meses en su casa por su condición de salud; y a Rafael, hijo, sería recluido por dos años en las bóvedas del puerto de La Guaira; ambos quedarían destituidos del batallón de pardos donde se desempeñaban. 

“Si, Señor, nosotros padecemos una dura prisión, pero la llevamos gustosos con tal de canjearla por la conservación del honor de nuestra familia nos queda la satisfacción de hacer este célebre sacrificio a Dios, a la virtud, y al buen nombre de nuestra pobre humilde, y abatida casa”.

    Ocho más tarde, el 19 de abril de 1810, otro capítulo comenzaría para una sociedad venezolana repleta de desigualdades sociales y culturales enormes. El Guaire sería testigo de ello.



El Cojo Ilustrado, julio de 1985

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